Estoy montada en un caballo desde que tengo 8 años, concursé, gané medallas, aprendí a manejar la rabia y la frustración cuando pasaba por una pista con más de 4 faltas y así. Pero Don Alipio, ay Dios … ese ser me iba quedando grande. Era blanco, con pecas negras, no tan alto, es decir, si lo miro en perspectiva a mi corta edad nunca lo vi grande, así que a mis 51 decido que Don Alipio era más bien medio enano, pero mi carácter y el de él parecían atraerse y repelerse según el día, la hora y la posición del sol y de la luna.
El carajo hacía lo que le daba la gana, nadie quería montarlo, ni los niños, ni los grandes. Yo era buena en ese entonces, muy buena, me encantaría encontrar hoy en día los programas de televisión en los que salía cuando hablaban de deportes, niños, infancia y demás. Pero la verdad, es que ni siquiera me acuerdo de los nombres, ahora que lo pienso, quizás la cámara me fluye al hablar porque me la clavaron al frente desde chiquita para mostrar la habilidad que tenía.
Pero dejo mi ego al lado y sigo con Don Alipio, el personaje se especializaba en tumbar al piso a quien se le daba la gana y mi coach en ese entonces, según cómo viera el grupo, sintiera mi genio y mirara los concursos de la temporada, escogía que caballo montaba cada vez que iba a entrenar y bueno, de este ser cuadrupedo blanco pecoso no me salvaba al menos un par de veces al mes. La regla para mí era clara, jamás pasar de 4 faltas, para mi entrenador era: si llegas a 8 le tenemos que dar muy duro a entrenar. Para que se hagan una idea, cada palo que tumbas en un obstáculo son 4 faltas. Así que 8 son solo dos palos al piso.
Nuestra relación comenzó mal, en cada montada, era al menos un saludo al piso y sacada de nariz del picadero, me frustraba, me enfurecía, se me escurrían las lágrimas, me reía y así … Fabio (mi entrenador) era paciente, pero … era coronel retirado del ejercito de mi país, así que no se caracterizaba por ser tierno. Desde mis tiernos 8 el “putazo” se hacía presente … ¿Será por eso que soy tan pulida al hablar?.
Un día x uno de los coroneles retirados que dirigía la escuela donde montaba, me llamó a la oficina, creo que tendría yo unos 10 años y me dijo algo como: “tienes que venir a filmar un programa de televisión de varios capítulos que nos van a hacer, y luego tienes que prepararte para participar en los nacionales y Don Alipio se vuelve parte de la rutina para que puedas concursar con Pino (ese era un ser hermoso que amaba con locura)”.
Salí llorando de la oficina, ¿Cómo que tenía que guerrear con Don Alipio tanto?. Al siguiente sábado ahí estaba él, apenas lo vi lo miré con rabia, él se dio cuenta al instante, casi no me deja subirme, la logré, me tumbó tres veces en 40 minutos, la última vez caminé hasta la mitad del picadero, me acosté en la arena, mi coach me mandaba levantarme y lo ignoraba por completo, entendió que me tenía que dejar tranquila, las lágrimas rodaban y le daba puños al piso, luego me calmé, cuando abrí los ojos, me sequé las lágrimas y me senté … Don Alipio se había echado al lado mío, me puso la cabeza en mis piernas y nunca más volvió a tumbarme. Él me entendió, yo lo entendí, el aprendió, yo aprendi, él me enseñó, yo le enseñé. Para que haya sincronía se necesitan DOS.
Si no hay conexión … no hay manifestación.
P.S: En los nacionales siempre me superaba gente que hoy en día sigue dedicada al mundo de los caballos únicamente. Pero de ese arrepentimiento de no haberme dedicado al 100 a esos animales que tanto amo y tanto enseñan, hablamos en otro post.
Go For It … NOW!
Ana